La Divina Misericordia en mi alma
Primer Cuaderno
La cifra en números arábigos entre paréntesis
localizada al principio o dentro del texto, indica la pagina correspondiente en
el manuscrito del Diario. Las palabras
entre paréntesis han sido agregadas por la Editorial para aclarar pasajes del
texto.
1
Oh Amor Eterno, mandas
pintar Tu Santa Imagen (1) y nos revelas la fuente inconcebible de la
misericordia. Bendices a quien se acerca
a Tus rayos,
Y el alma negra
se convierte en nieve.
Oh dulce Jesús, aquí (2) has establecido el
trono de
Tu misericordia
Para dar alegría y ayudar al pecador,
De Tu Corazón abierto, como de un manantial
puro,
Fluye el consuelo para el alma y el corazón contrito.
Que el honor y
la gloria para esta imagen
No dejen de
fluir de las almas de los hombres,
Que cada corazón
glorifique la Divina Misericordia
Ahora y por los
siglos de los siglos y en cada hora.
Oh, Dios mío
2
Cuando miro hacia el
futuro, me atemorizo,
Pero ¿por qué
sumergirse en el futuro?
Para mi
solamente el momento actual es de gran valor,
Ya que quizá el
futuro nunca llegue a mi alma.
El tiempo que ha
pasado no está en mi poder.
Cambiar,
corregir o agregar,
No pudo hacerlo
ningún sabio ni profeta,
Así que debo
confiar a Dios lo que pertenece al pasado.
Oh momento
actual, tú me perteneces por completo,
Deseo aprovecharte cuanto pueda,
Y aunque soy débil y pequeña,
Me concedes la gracia de tu omnipotencia.
Por eso, confiando en Tu misericordia,
Camino por la vida como un niño pequeño
Y cada día Te ofrezco mi corazón
Inflamado del amor por Tu mayor
gloria.
(2)
+
JMJ
3
Dios y las almas
Oh, Rey de Misericordia, guía mi alma.
Sor M. Faustina
Del Santísimo Sacramento
Vilna, 28 VII 1934
4 Oh Jesús mío, por la confianza en Ti
Trenzo miles de coronas y sé
Que todas florecerán
Y sé que florecerán cuando las
Ilumine el Sol Divino.
+ Oh gran y Divino
Sacramento
Que ocultas a mi Dios
Jesús acompáñame en cada momento,
Y ningún temor invadirá mi
corazón.(3)
Dios y las almas
5
Seas adorada, oh Santísima
Trinidad, ahora y siempre, Seas alabada en todas Tus
Obras y en todas
Tus criaturas. Que la grandeza de Tu
misericordia, oh Dios, sea
Admirada y
glorificada.
6
Debo tomar nota [3] de los
encuentros de mi alma Contigo, oh Dios, en los momentos particulares de Tus
visitas. Debo escribir de Ti, oh
Inconcebible en la misericordia hacia mi pobre alma. Tu santa voluntad es la vida de mi alma. He recibido este mandato de quien Te
sustituye para mi, oh Dios, aquí en la tierra y que me enseña Tu santa
voluntad: Jesús Tu ves que difícil es
para mí escribir, y que no sé describir claramente lo que siento en el
alma. Oh Dios, ¿puede la pluma describir
cosas para las cuales, a veces, no hay palabras? Pero me mandas escribir, oh Dios, esto me
basta.
Varsovia,
1 VIII 1925
Ingreso
al convento
7
Desde los siete años sentía
la suprema llamada de Dios, la gracia de la vocación a la vida consagrada. A los siete años por primera vez oí la voz de
Dios en mi alma, es decir, la invitación a una vida más perfecta. Sin embargo, no siempre obedecí la voz de la
gracia. No encontré a nadie quien me
aclarase esas cosas.
8 El decimoctavo año de mi vida, insistente
pedido a mis padres el permiso para entrar
en un
convento; una categórica negativa de los padres. Después de esa negativa me
entregué a
las vanidades de la vida [4] sin hacer caso alguno a la voz de la gracia,
aunque mi alma (4) en nada encontraba
satisfacción. Las continuas llamadas de
la
gracia eran para mi un gran tormento, sin embargo
intenté apagarlas con
distracciones. Evitaba a Dios
dentro de mi y con toda mi alma me inclinaba hacia
las
criaturas. Pero la gracia divina venció
en mi alma.
9
Una vez, junto con una de
mis hermanas fuimos a un baile [5].
Cuando todos se
Divertían mucho,
mi alma sufría [tormentos] interiores.
En el momento en que empecé a bailar, de repente vi a
Jesús junto a mí. A Jesús martirizado,
despojado de
Sus vestiduras,
cubierto de heridas, diciéndome esas palabras:
¿Hasta cuándo Me harás sufrir,
hasta cuándo Me engañaras? En aquel
momento dejaron de sonar los alegres tonos de la música, desapareció de mis
ojos la compañía en que me encontraba, nos quedamos Jesús y yo. Me senté junto a mi querida hermana,
disimulando lo que ocurrió en mi alma con un dolor de cabeza. Un momento después abandoné discretamente a
la compañía y a mi hermana y fui a la catedral de San Estanislao Kostka. Estaba anocheciendo, había poca gente en la
catedral. Sin hacer caso a lo que pasaba
alrededor, me postré en cruz delante del Santísimo Sacramento, y pedí al Señor
que se dignara hacerme conocer qué había de hacer en adelante.
10 Entonces oí esas palabras: Ve
inmediatamente a Varsovia, allí entrarás en un
convento.
Me levanté de la oración, fui a casa y solucioné las cosas
necesarias.
Como pude, le confesé a mi hermana lo que había ocurrido en mi alma,
le dije que me
despidiera de mis padres, y con un
solo vestido, sin nada más, llegué a Varsovia.
11 Cuando bajé del tren y vi
que cada uno se fue por su camino, me entró miedo: ¿Qué
hacer? ¿A dónde dirigirme, si
no conocía a nadie? Y dije a la Madre de
Dios: María, dirígeme, guíame. Inmediatamente oí en el alma estas palabras: que saliera de la ciudad a una aldea [6]
donde pasaría una noche tranquila. Así
lo hice y encontré todo tal y como la Madre de Dios me había dicho.
12
Al día siguiente, a primera
hora regresé a la ciudad y entré en la primera iglesia [7]
que encontré y
empecé a rezar para que siguiera revelándose en mí la voluntad de Dios.
Las Santas Misas seguían una tras otra.
Durante una oí estas palabras:
Ve a hablar con este sacerdote [8] y dile todo, y él
te dirá lo que debes hacer en adelante.
Terminada la Santa Misa (5) fui a la
sacristía y conté todo lo que había ocurrido en mi alma y pedí que me indicara
en qué convento debía estar.
13
Al principio el sacerdote
se sorprendió, pero me recomendó confiar mucho en que Dios lo arreglaría. Entretanto yo te mandaré [dijo] a casa de una
señora piadosa [9], donde tendrás alojamiento hasta que entres en un convento. Cuando me presenté en su casa, la señora me
recibió con gran amabilidad. Empecé a
buscar un convento, pero donde llamaba me despedían [10]. El dolor traspasó mi corazón y dije al Señor:
Ayúdame, no me dejes sola. Por fin llamé a nuestra puerta [11].
12
Cuando [salió] a mi
encuentro la Madre Superiora [12], la actual Madre General
Micaela, tras una breve conversación, me
ordenó ir al Dueño de la casa y
preguntarle si me recibía. En seguida comprendí que debía preguntar al
Señor Jesús.
Muy feliz fui a la capilla y pregunté a
Jesús: Dueño de esta casa, ¿me
recibes? Una
De las hermanas de esta casa me ha dicho
que Te lo pregunte.
En seguida oí esta voz: Te
recibo, estás en Mi Corazón. Cuando
regresé de la
capilla, la Madre Superiora, primero
me preguntó: “Pues bien, ¿te ha recibido
el
Señor?”
Contesté que sí. “Si el Señor te
ha recibido, yo también te recibo.”
15.
Tal fue mi ingreso. Sin embargo, por varias razones, mas de un
año tuve que estar
en el mundo, en casa de esta piadosa
señora [13], pero no volví ya a mi casa.
En aquella época tuve que luchar contra
muchas dificultades, sin embargo Dios no
me escatimaba en su gracia. Mi añoranza de Dios se hacia cada vez más
grande.
Esta señora, aunque muy piadosa, no
comprendía la felicidad que da la vida
Consagrada y en su bondad, empezó a
proyectarme otros planes de vida, pero yo
Sentía que tenía un corazón tan grande
que nada podía llenarlo.
16 Entonces, me
dirigí a Dios con toda mi alma sedienta de El.
Eso [fue] durante la
Octava de Corpus Cristi [14]. Dios llenó mi alma con la luz interior para
que lo conociera más profundamente como el bien y la belleza supremos. Comprendí
cuánto Dios me amaba. Es eterno Su amor hacia mí. Eso fue durante las vísperas.
Con las palabras
sencillas que brotaban del corazón, hice a Dios (6) el voto de castidad
perpetua. A partir de aquel momento
sentí una mayor intimidad con Dios, mi Esposo.
En aquel momento hice una celdita en mi corazón donde siempre me
encontraba con Jesús.
16
Por fin, llegó el momento
cuando se abrió para mí la puerta del convento.
Eso fue el primero de agosto [15], al anochecer, en vísperas de la
fiesta de la Madre de Dios de los Ángeles.
Me sentía sumamente feliz, me pareció que entre en la vida del
paraíso. De mi corazón broto una sola
oración, la de acción de gracias.
17
Sin embargo, tres semanas
después vi que aquí había muy poco tiempo para la oración y que muchas otras
cosas me empujaban interiormente a entrar en un convento de regla más
estricta. Esta idea se clavó en mi alma,
pero no había en ella la voluntad de Dios.
No obstante, la idea, es decir la tentación, se hacia cada vez mas
fuerte hasta que un día decidí hablar con la Madre Superiora y salir
decididamente. Pero Dios guió las
circunstancias de tal modo que no pude hablar con la Madre Superiora [16]. Antes de acostarme, entré en una pequeña
capilla [17] y pedí a Jesús la luz en esta cuestión, pero no recibí nada en el
alma, solo me lleno una extraña inquietud que no llegaba a comprender. A pesar de todo decidí que a la mañana
siguiente, después de la Santa Misa, le comunicaría a la Madre Superiora de mi
decisión.
18
Volví a la celda, las hermanas
estaban ya acostadas y la luz apagada.
No sabia que Hacer
[conmigo]. Me tiré al suelo y empecé a
rezar con fervor para conocer la voluntad de Dios. En todas partes había un silencio como en el
tabernáculo. Todas las hermanas como las
hostias blancas, descansan encerradas en el cáliz de Jesús, y solamente desde
mi celda Dios oye el gemido de mi alma.
No sabia que después de las nueve, sin autorización no estaba permitido
rezar en las celdas [18]. Después de un
momento, en mi celda se hizo luz y en la cortina vi. el rostro muy dolorido del
Señor Jesús. Había llagas abiertas en
todo el rostro y dos grandes lágrimas caían en la sobrecama. Sin saber lo que todo eso significaba, pregunte
a Jesús: Jesús, ¿Quién te ha causado
tanto dolor? Y Jesús contestó: Tú Me vas a herir dolorosamente si sales de
este convento. Te llamé aquí y no a otro lugar y te tengo preparadas muchas gracias. Pedí perdón al Señor Jesús e
inmediatamente cambié la decisión que había tomado.
(7) Al día siguiente fue día
de confesión. Conté todo lo que había
ocurrido en mi alma, y el confesor [19] me contestó que había en ello una clara
voluntad de Dios que debía quedarme [en] esta Congregación y que ni siquiera
podía pensar en otro convento. A partir
de aquel momento me siento siempre feliz y contenta.
16
Poco después me enferme
[20]. La querida Madre Superiora me
mando de vacaciones junto con otras dos hermanas [21] a Skolimów, muy cerquita
de Varsovia. En aquel tiempo le pregunté
a Jesús: ¿Por quien debo rezar
todavía? Me contestó que la noche
siguiente me haría conocer por quien debía rezar.
Vi al Ángel de
la Guarda que me dijo seguirlo. En un
momento me encontré en un lugar nebuloso, lleno de fuego y había allí una
multitud de almas sufrientes. Estas
almas estaban orando con gran fervor, pero sin eficacia para ellas mismas, solo
nosotros podemos ayudarlas. Las llamas
que las quemaban, a mi no me tocaban. Mi
Ángel de la Guarda no me abandonó ni por un solo momento. Pregunté a estas almas ¿Cuál era su mayor
tormento? Y me contestaron unánimemente
que su mayor tormento era la añoranza de Dios, Vi a la Madre de Dios que
visitaba a las almas en el Purgatorio, Las almas llaman a Maria “La Estrella
del Mar”. Ella les trae alivio. Deseaba hablar más con ellas, sin embargo mi
Ángel de la Guarda me hizo seña de salir.
Salimos de esa cárcel de sufrimiento.
[Oí una voz interior que me dijo:
Mi misericordia no lo desea, pero
la justicia lo exige. A partir de
aquel momento me uno más estrechamente a las almas sufrientes.
17
Fin del postulantazo [29 IV
1926]. Las Superioras [22] me mandaron
al noviciado a Cracovia. Una alegría
inimaginable reinaba en mi alma. Cuando
llegamos al noviciado [23], la hermana … [24] estaba muriendo. Unos días después vino la hermana ….. y me mandó
ir a la Madre Maestra [25] y decirle que su confesor, Padre Rospond [26]
celebrara en su intención una Santa Misa y tres jaculatorias. Al principio consentí, pero al día siguiente
pensé que no iría a la Madre Maestra, porque no entendía bien si había sido un
sueño o (8) realidad. Y no fue. La noche siguiente se repitió lo mismo pero
más claramente, no lo dudaba. No
obstante a la mañana siguiente decidí no decirlo a la Maestra. Se lo diría sólo cuando la viera durante el
día. Un momento después la encontré en
el pasillo [a aquella hermana fallecida], me reprochaba [que] no había ido en
seguida y mi alma se llenó de gran inquietud.
Entonces fui inmediatamente a hablar con la Madre Maestra y le conté
todo lo que había sucedido. La Madre
dijo que ella lo arreglaría. En seguida
la paz volvió a mi alma y tres días después aquella hermana vino y me
dijo: “Dios se lo pague.”
18
Durante la toma de hábito [27]
Dios me dio a conocer lo mucho que iba a sufrir. Vi claramente a que me estaba
comprometiendo. Fue un minuto de ese
sufrimiento. Dios volvió a colmar mi
alma con muchos consuelos.
19
Al final del primer año de
noviciado, en mi alma empezó a oscurecer.
No sentía ningún consuelo en la oración, la meditación venia con gran
esfuerzo, el miedo empezó a apoderarse de mí.
Penetré más profundamente en mi interior y lo único que vi. fue una gran
miseria. Vi también claramente la gran
santidad de Dios, no me atrevía a levantar los ojos hacia El, pero me postré
como polvo a sus pies y mendigué su misericordia. Pasaron casi seis meses y el estado de mi
alma no cambió nada. Nuestra querida
Madre Maestra [28] me daba ánimo [en] esos momentos difíciles. Sin embargo este sufrimiento aumentaba cada
vez más y más. Se acercaba el segundo
año del noviciado. Cuando pensaba que
debía hacer los votos, mi alma se estremecía.
No entendía lo que leía, no podía meditar. Me parecía que mi oración no agradaba a
Dios. Cuando me acercaba a los santos
sacramentos me parecía que ofendía aun más a Dios. Sin embargo el confesor [29] no me permitió
omitir ni una sola Santa Comunión. Dios
actuaba en mi alma de modo singular. No
entendía absolutamente nada de lo que me decía el confesor. Las sencillas verdades de la fe se hacían
incomprensibles, mi alma sufría sin poder encontrar satisfacción en alguna
parte.(9) Hubo un momento en que me vino
una fuerte idea de que era rechazada por Dios.
Esta terrible idea atravesó mi alma por completo. En este sufrimiento mi alma empezó a
agonizar. Quería morir pero no
podía. Me vino la idea de ¿a qué
pretender las virtudes? ¿Para qué mortificarme
si todo es desagradable a Dios? Al
decirlo a la Madre Maestra, recibí la siguiente respuesta: Debe saber, hermana, que Dios la destina para
una gran santidad. Es una señal que Dios
la quiere tener en el cielo, muy cerca de sí mismo. Hermana, confié mucho en el Señor Jesús.
Esta terrible
idea de ser rechazados por Dios, es un tormento que en realidad sufren los
condenados. Recurría a las heridas de
Jesús, repetía las palabras de confianza, sin embargo esas palabras se hacían
un tormento aún más grande. Me presenté
delante del Santísimo Sacramento y empecé a decir a Jesús: Jesús, Tu has dicho
que antes una madre olvide a su niño recién nacido que Dios olvide a su
criatura, y aunque ella olvide, Yo, Dios, no olvidaré a Mi criatura. Oyes, Jesús, ¿Cómo gime mi alma? Dígnate oír los gemidos dolorosos de Tu
niña. En Ti confío, oh Dios, porque el
cielo y la tierra pasarán, pero Tu Palabra perdura eternamente. No obstante, no encontré alivio ni por un
instante.
16
Un día, al despertarme,
mientras me ponía en la presencia de Dios, empezó a invadirme la
desesperación. La oscuridad total del
alma. Luché cuanto pude hasta el medio
día. En las horas de la tarde empezaron
a apoderarse de mí los temores verdaderamente mortales, las fuerzas físicas
empezaron a abandonarme. Entré apresuradamente
en la celda y me puse de rodillas delante del crucifijo y empecé a implorar la
misericordia. Sin embargo, Jesús no oyó
mis llamamientos. Me sentí despojada
completamente de las fuerzas físicas, caí al suelo, la desesperación se apoderó
de toda mi alma, sufrí realmente las penas infernales, que no difieren en nada
de las del infierno. En tal estado
permanecí durante tres cuartos de hora.
Quise ir a la Maestra pero no tuve fuerzas. Quise llamar, la voz me faltó, pero,
felizmente, en la celda entró una de las hermanas [30]. Al verme en el estado tan extraño, en seguida
aviso a la Maestra. La Madre vino en
seguida. Al entrar en la celda dijo
estas palabras: En nombre de la santa
obediencia [31], levántese del suelo.
Inmediatamente alguna fuerza me levantó del suelo y me puse de pie junto
a la querida Maestra. (10) En una conversación cordial me explicó que
era una prueba de Dios, Hermana, tenga una gran confianza, Dios es siempre
Padre aunque somete a pruebas. Volví a
mis deberes como si me hubiera levantado de la tumba. Los sentidos impregnados de lo que mi alma había
experimentado. Durante el oficio
vespertino mi alma empezó a agonizar en una terrible oscuridad; sentí que
estaba bajo el poder de Dios Justo y que era objeto de su desdén. En esos terribles momentos dije a Dios: Jesús
que en el Evangelio Te comparas a la más tierna de las madres, confío en Tus
palabras, porque Tú eres la Verdad y la Vida.
Jesús confío en Ti contra toda esperanza, contra todo sentimiento que
esta dentro de mí y es contrario a la esperanza. Haz conmigo lo que quieras, no me alejare de
Ti, porque Tú
eres la fuente
de mi vida. Lo terrible que es este
tormento del alma, solamente lo puede
entender quien experimentó momentos semejantes.
17
Durante la noche me visitó la
Madre de Dios con el Niño Jesús en los brazos.
La alegría llenó mi alma y dije: María, Madre mía, ¿sabes cuánto
sufro? Y la Madre de Dios me contestó:
Yo sé cuánto sufres, pero no tengas
miedo, porque yo comparto contigo tu sufrimiento y siempre lo compartiré. Sonrió cordialmente y desapareció. En seguida mi alma se llenó de fuerza y de
gran valor. Sin embargo eso duró apenas
un día. Como si el infierno se hubiera
conjurado contra mí. Un gran odio empezó
a irrumpir [en] mi alma, el odio hacia todo lo santo y divino. Me parecía que esos tormentos del alma iban a
formar parte de mi existencia por siempre.
Me dirigí al Santísimo Sacramento y dije a Jesús: Jesús, Amado de mi
alma, ¿no ves que mi alma está muriendo anhelándote? ¿Cómo puedes ocultarte tanto a un corazón que
Te ama con tanta sinceridad? Perdóname,
Jesús, que se haga en mi Tu voluntad.
Voy a sufrir en silencio como una paloma, sin quejarme. No permitiré a mi corazón ni un solo gemido.
18
Final del noviciado. El sufrimiento no disminuyó nada. El debilitamiento físico, exención de todos los ejercicios
espirituales [32], es decir, la sustitución de los mismos por jaculatorias
[33]. El Viernes Santo [34], Jesús lleva
mi corazón al ardor mismo del amor. Eso
fue durante la adoración vespertina. De
inmediata me penetró la presencia de Dios.
Me olvidé de todo. Jesús me hizo
conocer cuanto ha sufrido (11) por mí.
Eso duró muy poco tiempo. Una
añoranza tremenda. El deseo de amar a
Dios.
19
Los primeros votos [35]. Un ardiente deseo de anonadarme por Dios
mediante el amor activo, pero inadvertido incluso para las hermanas más
cercanas.
Después de los votos, la oscuridad reinó en mi alma todavía durante
casi seis meses. Durante la oración
Jesús penetró toda mi alma. La oscuridad
cedió. En el alma oí esas palabras: Tú eres Mi alegría, tú eres el deleite de Mi Corazón. A partir de aquel momento sentí en el
corazón, es decir dentro de mí, a la Santísima Trinidad. De modo sensible, me sentía inundada por la
luz divina. Desde aquel momento mi alma
está en la comunión con Dios, como el niño con su querido padre.
28 En algún momento Jesús me dijo: Ve a la Madre Superiora [36] y dile que te permita llevar el cilicio [37]
durante siete días, y durante la noche
te levantarás una vez y vendrás a la capilla.
Contesté que sí, pero tuve
cierta dificultad en hablar con la Superiora.
Por la noche Jesús me preguntó:
¿Hasta cuando lo vas a aplazar? Decidí decirlo a la Madre Superiora durante el
primer encuentro. Al día siguiente,
antes del medio día, vi. que la Madre Superiora iba al refectorio y como la
cocina, el refectorio y la habitación de Sor Luisa están casi contiguas,
entonces invite a la Madre Superiora a la habitación de Sor Luisa y le
comunique lo que el Señor Jesús solicitaba.
La Madre Superiora me contestó: No le permito llevar ningún
cilicio. En absoluto. Si el Señor Jesús le da la fuerza de un
gigante, yo le permitiré estas mortificaciones.
Me disculpé con la Madre por haberle ocupado el tiempo y salí de la
habitación. Entonces vi. al Señor Jesús
en la puerta de la cocina y dije al Señor:
Me mandas ir a pedir estas mortificaciones y la Madre Superiora no
quiere permitírmelas. Entonces Jesús me
dijo: Estuve aquí durante la conversación con la Superiora y sé todo. No exijo tus mortificaciones, sino la
obediencia. Con ella Me das una gran
gloria y adquieres méritos para ti.
29
Al saber una de las Madres, de mi
relación tan estrecha con el Señor Jesús, dijo que era una ilusa. Me dijo: Jesús mantiene esas relaciones con
los santos y no con las almas pecadoras como la suya, hermana. (12)
Desde aquel momento era como si yo desconfiara de Jesús. Durante una conversación matutina dije a
Jesús: Jesús, ¿no eres Tu una ilusión?
Jesús me contesto: Mi amor no
desilusiona a nadie.