El misterio de la Divina Misericordia

del capítulo X del libro
Memoria e identidad: Coloquios de Juan Pablo II con los Profesores Józef Tischner y Krzysztof Michalski



Santo Padre, ¿podría detenerse sobre el misterio del Amor y de la Misericordia? Porque parece importante ahondar más en el análisis de la esencia de estos dos atributos divinos tan significativos para nosotros.

El Salmo Miserere es probablemente una de las más espléndidas oraciones que la Iglesia heredó del Antiguo Testamento. Las circunstancias de su origen son conocidas. Nació como el clamor de un pecador, el rey David, que se apropió de la esposa del soldado Urías, cometió adulterio con ella y, para borrar las huellas de su culpa, procuró que el legítimo esposo muriera en batalla. Resulta impresionante el pasaje del libro segundo de Samuel, en el que el profeta Natán apunta con el dedo acusador a David, señalándolo como el culpable de un gran crimen ante Dios: " ¡Eres tú! (2S 12,7). En aquel momento, el rey experimenta una especie de iluminación, de la cual brota una emoción profunda, desahogándose con las palabras del Miserere. Es el salmo que probablemente más se usa en la liturgia:

Misericordia, Dios mío, por Tu Bondad
por tu inmensa Compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.
Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra Ti, contra Ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces.
En la sentencia tendrás razón,
en el juicio serás inocente.
Mira, en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre.
Te gusta un corazón sincero,
y en mi interior me inculcas la sabiduría.
Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;
lávame: quedaré más blanco que la nieve.
Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado Tu vista,
Borra de mí toda culpa.
Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes de Tu Rostro,
no me quites Tu Santo Espíritu.
Devuélveme la alegría de Tu Salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados Tus caminos,
los pecadores volverán a Ti.
Líbrame de la sangre, oh Dios,
Dios, Salvador mío,
y cantará mi lengua Tu Justicia.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.

Sal 51(50)

Estas palabras no necesitan comentarios. Hablan por sí solas y revelan la verdad de la fragilidad moral del hombre. Se declara culpable ante Dios porque sabe que el pecado es contrario a la santidad de su Creador. Pero el hombre pecador sabe también que Dios es Misericordia y que Su Misericordia es Infinita: Dios está dispuesto a perdonar y justificar una y otra vez al pecador.

¿De dónde proviene la Infinita Misericordia del Padre? David es hombre del Antiguo Testamento. Conoce al Dios Único. Nosotros, hombres de la Nueva Alianza, podemos reconocer en el Miserere davídico la presencia de Cristo, el Hijo de Dios, a quien Dios trató como pecador por nosotros (cf. 2 Co 5,21). Él ha cargado consigo todos nuestros pecados (cf. Is 53,12) para satisfacer la justicia quebrantada por la culpa y mantener así el equilibrio entre la Justicia y la Misericordia del Padre. Es significativo que Santa Faustina viera a este Hijo como Dios Misericordioso, pero contemplándolo no tanto en la Cruz cuanto en su condición sucesiva de Resucitado y Glorioso. Por eso relaciona su mística de la Misericordia con el Misterio de la Pascua, cuando Cristo aparece victorioso del pecado y de la muerte (cf Jn 20, 19-23).

Recuerdo sobre este punto a Sor Faustina y el culto de Cristo Misericordioso que promovió, porque también ella pertenece a nuestros tiempos. Vivió en las primeras décadas del siglo XX y murió antes de la Segunda Guerra Mundial. Precisamente en este período le fue revelado el Misterio de la Divina Misericordia y anotó en su Diario lo que experimentó. Para los supervivientes de esta gran guerra, las palabras del Diario de Santa Faustina son como una especie de Evangelio de la Divina Misericordia escrito desde la perspectiva del siglo XX. Los contemporáneos han entendido este mensaje. Lo han entendido a través del dramático cúmulo de mal que trajo consigo la Segunda Guerra Mundial y de las crueldades de los sistemas totalitarios. Es como si Cristo hubiera querido revelar que el límite impuesto al mal, cuyo causante y víctima resulta ser el hombre, es en definitiva la Divina Misericordia. Ciertamente, en ella se incluye también la Justicia, pero ésta, por sí sola, no es la última palabra en la economía divina de la historia del mundo y en la historia del hombre. Dios sabe obtener siempre del mal algo bueno. Quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad (cf. 1 Tm 2,4): Dios es Amor (cf. 1 Jn 4,8). Cristo Crucificado y Resucitado, como se apareció a Sor Faustina, es la revelación suprema de esta verdad.

Ahora deseo enlazar de nuevo con lo que dije sobre el tema de las experiencias de la Iglesia en Polonia durante la resistencia contra el comunismo. Me parece que tienen un alcance universal. Pienso que también Sor Faustina y su testimonio del Misterio de la Divina Misericordia tengan cabida de algún modo en esta perspectiva. El patrimonio de su espiritualidad tuvo –lo sabemos por propia experiencia- una gran importancia para la resistencia contra el mal practicado en aquellos sistemas inhumanos de entonces. Todo esto conserva un significado preciso, no sólo para los polacos sino también para todo el ámbito de la Iglesia en el mundo. Lo ha puesto de relieve, entre otras cosas, la beatificación y la canonización de Sor Faustina. Es como si Cristo hubiera querido decir a través de ella: " ¡El mal nunca consigue la victoria definitiva! ". El misterio pascual confirma que, a la postre, vence el Bien; que la Vida prevaleces sobre la muerte y el Amor triunfa sobre el odio.

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