La Capilla más antigua de Córdoba













por Carlos Duelo Cavero
corresponsal de La Nación
12 de enero de 1986

Al oeste de la ciudad de Córdoba, a unas 14 cuadras de la plaza San Martín, hay un pequeño barrio de callecitas irregulares que serpentean entre paquetos chalés. Se llama Quinta Santa Ana y todo en él trasunta paz, pulcritud. De prnto, al llegar a un codo, el forastero se encuentra en la plazoleta presidida por una de las típicas capillas serranas, encaladas, relumbrando el sol. A su vera un cartel indica : AQUÍ REFERENCIA HISTORICA 1593 .

Los orígenes


Según consta en un trabajo, de la Compañía de Jesús, el origen del templo arranca de “una merced de tierras del 13 de octubre de 1593, concedida por el teniente gobernador Francisco Molina de Navarrete. Su propietario siguiente fue doña Ana de Cevallos, que en 1607, quien en su testamento aclara que la “chacra de la casa de su marido y la edificación las tiene de su primer casamiento y que ella las heredó de su hija como madre”.

En 1699 la compró –por 150 pesos- el padre Olegario Oroz, SJ, rector a la sazón del establecimiento que no tardaría en ser el Colegio Máximo de la Compañía de Jesús, hoy Universidad de Córdoba.
La capillita estaba cerrada aquella tarde y ya nos íbamos resignados cuando una vecina, al advertir nuestra curiosidad, nos indicó: “si quiere verla por dentro, vaya hasta el bulevar y en aquella casa pregunte por la señora de Triquell. Ella tiene las llaves”.


Gracias a la gentileza de esta “guardiana honoraria del Templo”y miembro de la Acción Católica del barrio Santa Ana, pudimos, pues, conocer el interior de la capillita, tan austera en ornamentos cuanto diminuta. Conviene aclarar que el edificio en rigor fue reconstruido sobre las ruinas del primitivo templo de cuyo glorioso pasado sólo quedan hoy como testimonio los robustos contrafuertes, algunos de los cuales cedieron, no obstante, a los embates del Río Primero desbordado en 1735 y 1742 y causantes al cabo del derrumbe de la bóveda.


Nos refiere la señora Lucía Angélica de Triquell algunas de las peripecias que sufrió Santa Ana en su larga vida. Don Jerónimo Luis de Cabrera-explica- la entregó en donación a la Compañía, bajo cuya custodia permaneció hasta la expulsión de los religiosos en 1767.


Primitivamente fue un sencillo oratorio propiedad de la familia Cevallos, presidido por un lienzo de la imagen de la santa cuyo nombre lleva.


Por lo demás, el destino no fue demasiado benévolo con la capilla, a juzgar por la serie de desastres y olvidos que con ella se ensañaron, hasta su casi total destrucción. Esta, a pesar del sinnúmero de servicios que, más allá de su misión específica, prestó a la comunidad religiosa y a los propios lugareños.


En tiempo de los jesuitas hizo las veces de casa de descanso de los padres, quienes utilizaron la parte trasera del terreno como cementerio. Allí chirrió también una noria(el nombre de una de las calles del barrio lo recuerda) y , a estar de los documentos legados por doña Ana de Ceballos (1607), cumplió funciones rurales en la forma de una bien abastecida chacra”en tierra de la Suquía con un molino de moler trigo”. Es sabido, por otra parte, que los indios vilellas o villelas eran adoctrinados por los religiosas en lo que entonces era una reducción .


Pero el variado currículo de Santa Ana no se agota allí. Así cuando la región fue azotada por una “cruel peste”-la viruela- se constituyó en casa de aislamiento. Más tarde, en 1811, según se refiere el historiador cordobés Efraín U. Bischoff, fue transformada en fábrica de polvora. Y. Para concluir, entre 1871 y 1873, en ese recinto se instaló una exposición permanente de flores-el un día renombrado Parque de la flores- que finalmente derivó en un prosaico pero rico alfalfar.


Y como no podía ser menos, estos apacibles parajes fueron también escenario de duras batallas. Por aquí tuvieron lugar, en efecto, los primeros choques de las tropas del general Paz con las de Facundo Quiroga y frente a esta misma capilla lucharon encarnizadamente las fuerzas despachadas por el Congreso de Tucumán, al mando de Francisco de Sayos, con las encabezadas por don Juan Pablo Funes.


Una comunidad en pie de paz

La ingratitud y la desidia humanas causaron, empero, más daños a este entrañable pedazo de historia argentina declarado, crease o no, monumento histórico nacional sólo en 1853, que todas las batallas y furias desatadas de la naturaleza. Cuando, al cabo de tantos infortyunios, ya invadido todo de malezas y quebradas sus piedras por las raices, convertido el sagrado lugar en corral de cabras, los buenos vecinos del recientemente inaugurado barrio (1969) decidieron actuar con el noble intento de salvar los restos de la capilla y ponerla nuevamente en pie.
A las mencionadas damas de la Acción Católica les cupo cumplir entonces una tarea fundamental recolectando fondos con que comprar útiles y materiales. Además una cuadrilla de improvisados jardineros y barrenderos alistados en el barrio se encargó de despejar aquella selva ciudadana.

Por su lado, la entonces Kaiser donó maderas y chapas, en tanto que la Dirección de Arquitectura de la Municipalidad de Córdoba aportó la mano de obra.”Hasta conseguimos gratis los rieles de tranvía para el techo!”- recuerda la señora de Triquell.


En la actualidad los oficios litúrgicos de la revitalizada capilla están atendidos por los padres Salesianos, quienes se turnan para celebrar misa los domingos y fechas señaladas. “Todo fue haciéndose poco a poco, pero con gran empeño y entusiasmo- comenta nuestra gentil guía-. Los bancos son fruto de donaciones particulares y colectas dominicales. Una querida artista nuestra, Mecha Pizarro, pintó las estaciones del Via Crucis, que fueron costeadas por los vecinos. Claro que lo más difícil ahora es lo que queda por delante, o sea el mantenimiento, si queremos que no se pierda lo realizado con tanto esfuerzo- apunta por último la señora.


Como se ve, una historia conmovedora dentro de su humilde grandeza y que parece traernos como una brisa fresca los versos de aquella vieja canción con que la abuela arrullaba el sueño de los niños:

“Señora Santa Ana
¿por qué llora el Niño?
-Por una manzana
que se le ha perdido.
-Vamos a mi casa.
Yo te daré dos,
una para el Niño,
y otra para vos”.

5 comentarios:

  1. Qué orgullo encontrar este artículo de mi gran tío Carlos Duelo en este blog. Fue un español muy piadoso, y también gran periodista y redactor.

    En mi blog he publicado artículos de él, y hoy en el cumpleaños de su hija, mi prima, dejaré otro de regalo para ella.

    Un saludo desde Buenos Aires.

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  2. Anónimo21/6/10

    LA PROPIETARIA DE LA QUINTA SANTA ANA EN 1607 ERA ANA CABALLERO, COMO FIGURA EN LOS DOCUMENTOS, Y NO ANA DE CEVALLOS COMO FIGURA EN DIVERSAS PARTES DE PAGINA DE INTERNET.

    UN GRAN SALUDO DESDE LUANDA, REP. DE ANGOLA, DONDE VARIOS ARGENTINOS SALESIANOS PARTICIPAN CON ENTUSIASMO EN LA MERITORIA Y DESTACABLE OBRA DE DON BOSCO EN ESTE PAIS AFRICANO CON GRANDES PADECIMIENTOS.

    JUAN AGUSTIN CABALLERO

    EMBAJADOR ARGENTINO EN ANGOLA

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  3. Sr. Caballero: ¡Muchas gracias por el aporte!Un muy cordial saludo desde el corazón de la Argentina.

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  4. Hola! de a poco estoy juntando información de lugares no tan difundidos de la orden de la compañía de Jesús, gracias por hacer éste bello aporte y creo que fue en parte la causante de mi interés por seguir investigando.
    Cordialmente los invito a leer mi blog sobre la estancia Santa Catalina. abrazos

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  5. Esa nota contiene varios errores hietóricos. De ninguna manera es la capilla más antigua de la ciudad. No hay constancia de la fecha de su construcción, pero arquitectónicamente puede deducirse que es de la primera mitad del siglo XVIII. En 1749, el P. Pedro Lozano describía la quinta sin mencionar capilla alguna.
    Dice que en 1699 en P. Orosz (que se llamaba Ladislao, no Olegario) dirigía "lo que no tardaría en ser el Colegio Máximo, hoy Universidad de Córdoba". El Colegio Máximo fue fundado en 1610 y en 1623 ya era Universidad.

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