Diaario de Santa Faustina 59-76





59  (24) 1933.  Una vez oí en mi alma esta voz:  Haz una novena por la patria.  La  novena consistirá en las letanías de todos los santos.  Pide el permiso al confesor.
Durante la confesión siguiente obtuve el permiso y a la noche empecé en seguida la novena.

60  Terminando las letanías vi. una gran claridad y en ella a Dios Padre.  Entre la luz y la
Tierra vi a Jesús clavado en la cruz de tal forma que Dios, deseando mirar hacia la tierra, tenia que mirar a través de las heridas de Jesús.  Y entendí que Dios bendecía la tierra en consideración a Jesús.

61  Jesús, Te agradezco por esta gran gracia, es decir por el confesor que Tu Mismo Te
Dignaste elegirme y que me hiciste ver primero en una visión, antes de conocerlo [personalmente] [54].  Cuando había ido a confesarme con el Padre Andrasz, pensaba que iba a ser liberada de estas inspiraciones interiores.  El Padre me contesto que no podía liberarme de ellas, y dijo: Ruegue hermana para [obtener] un director espiritual.

Después de una breve y ferviente plegaria vi. de nuevo al Padre Sopocko en nuestra capilla, entre el confesionario y el altar.  En aquel tiempo me encontraba en Cracovia.  Fueron estas dos visiones que me fortalecieron en el espíritu, tanto mas  que lo encontré tal cual lo había visto en las visiones, tanto en Varsovia durante la tercera probación [55], como en Cracovia.  Te agradezco, Jesús, por esta gran gracia.

Ahora tiemblo cuando oigo, a veces, a un alma diciendo que no tiene confesor, es decir director espiritual, porque sé que graves daños tuve yo cuando no tenía esta ayuda.  Sin el director espiritual es fácil desviarse del camino.

62  ¡Oh vida gris y monótona, cuantos tesoros encierras!  Ninguna hora se parece a la otra, pues la tristeza y la monotonía desaparecen cuando miro todo con los ojos de la fe.  La gracia que hay para mí en esta hora no se repetirá en la hora siguiente.  Me será dada en la hora siguiente, pero no será ya la misma.  El tiempo pasa y no vuelve nunca.  Lo que contiene en si, no cambiaria jamás; lo sella con el sello para la eternidad.

63    (25) + El Padre Sopocko debe ser muy amado por el Señor.  Lo digo porque pude comprobar cuanto Dios se preocupa por él en ciertos momentos; al ver esto estoy enormemente contenta de que el Señor tenga tales elegidos.   1928.  Excursión a Kalwaria [56].

64   Había venido a Vilna por dos meses para sustituir a una hermana [57] que había ido a la tercera probación, pero  permanecí algo más de dos meses.  Un día la Madre Superiora [58], deseando complacerme, me dio el permiso de ir, en compañía de otra hermana [59], a Kalwaria para hacer el llamado “paseo de los caminitos”.Me alegré mucho.  Debíamos ir en barco, a pesar de que estaba tan cerca, pero tal fue el deseo de la Madre Superiora.  Por la noche me dijo Jesús:  Yo deseo que te quedes en casa.   Contesté: Jesús, ya todo esta preparado, debemos salir por la mañana, ¿Qué voy a hacer ahora?  Y el Señor me contestó:  Esta excursión causara daño a tu alma.  Contesté a Jesús: Tú puedes siempre remediarlo, dispón las circunstancias de tal forma que se haga Tu voluntad.  En ese momento se oyó la campanilla para el descanso.  Con una mirada saludé a Jesús y fui a la celda.

Por la mañana hacía un día hermoso, mi compañera se alegraba [pensando] que tendríamos una gran satisfacción, que podríamos visitar todo, pero yo estaba seguro de que no saldríamos, aunque hasta el momento no había ningún obstáculo que nos lo impidiera.

Primero debíamos recibir la Santa Comunión y salir en seguida después del agradecimiento.  De repente, durante la Santa Comunión, la esplendida mañana que hacia, cambió completamente.  Sin saber de donde, vinieron las nubes y cubrieron todo el cielo, y empezó una lluvia torrencial.  Todos se extrañaban, ya que en un día tan bello ¿Quién podía esperar la lluvia, y que cambiara así en tan poco tiempo?

(26)    La Madre Superiora me dice:  Cuanto siento que ustedes, hermanas, no pueden ir.  Contesté:  Querida Madre, no importa que no podamos ir, la voluntad de Dios es que nos quedemos en casa.  Sin embargo nadie sabía que era un claro deseo de Jesús que me quedara en casa.  Pasé todo el día en el recogimiento y la meditación; agradecí al Señor por haberme hecho quedar en casa.  En aquel día Dios me concedió muchas consolaciones celestiales.

65  Un día en el noviciado, cuando la Madre Maestra me había destinado a la cocina de las niñas, me afligí mucho por no estar en condiciones de cargar con las ollas que eran enormes.  Lo mas difícil para mi era escurrir las papas, a veces caía la mitad de ellas.  Cuando lo dije a la Madre Maestra me contestó que poco a poco me acostumbraría y adquiriría práctica.  No obstante esta dificultad no desaparecía ya que mis fuerzas iban disminuyendo cada día y debido a la falta de fuerzas me apartaba cuando venia el momento de escurrir las papas.  Las hermanas se dieron cuenta de que evitaba ese trabajo y se extrañaban muchísimo; no sabían que no podía ayudarles a pesar de empeñarme con todo fervor y sin ningún cuidado para mi misma.  Al mediodía, durante el examen de conciencia me quejé al Señor por la falta de fuerzas.  De repente oí en el alma estas palabras:  A partir de hoy te resultará muy fácil.  Aumentaré tus fuerzas.   Por la noche, cuando vino el momento de escurrir las papas corrí la primera, confiada en las palabras del Señor.  Cogí la olla con facilidad y las escurrí bastante bien.  Pero cuando quité la tapadera para hacer salir el vapor, en vez de papas vi en la olla ramilletes de rosas rojas, tan bellas que es difícil describirlas.  Jamás había visto semejantes.  Me quedé sorprendida sin entender su significado, pero en aquel momento oí una voz en mi alma:  Tu pesado trabajo lo transformo en ramilletes de las flores más bellas y su perfume sube hasta Mi trono.   Desde ese momento trate de escurrir las papas no solamente durante la semana (27) asignada a mí en la cocina [60] sino que trataba de sustituir en este trabajo a otras hermanas durante su turno.  Pero no solamente [en] este trabajo, sino en cada trabajo pesado trataba de ser la primera en ayudar, porque había experimentado cuanto eso agradaba a Dios.

66    ¡Oh tesoro inagotable de la pureza de la intención que haces perfectas y tan agradables a Dios todas nuestras acciones!

Oh Jesús, Tú sabes que débil soy, por eso quédate siempre conmigo, guía mis acciones, todo mi ser.  Tú, mi mejor Maestro.  De verdad, oh Jesús, me invade el miedo cuando veo mi miseria, pero a la vez me tranquilizo viendo Tu misericordia insondable que es más grande que mi miseria desde toda una eternidad.  Y esta disposición de ánimo me reviste de Tu poder.  Oh gozo que se deriva del conocimiento de mi misma, Oh verdad inmutable.  Eterna es Tu firmeza.

67  Cuando, poco tiempo después de mis primeros votos, me enfermé [61] y a pesar del 
Cordial y cariñoso cuidado de las Superioras, a pesar de los tratamientos médicos, no estaba ni mejor ni peor, entonces empezaron a llegarme voces de que fingía.  Y así comenzó mi sufrimiento, se duplicó y duro un tiempo bastante largo.  Un día me quejé ante Jesús que yo era una carga para las hermanas.  Me contestó Jesús:  No vives para ti, sino para las almas.   Otras almas se beneficiarán de tus sufrimientos.  Tus prolongados sufrimientos les darán luz y fuerza para aceptar mi Voluntad.

88  El sufrimiento mas grande para mi era la impresión de que mis oraciones y mis
                           buenas obras no agradaban al Señor.  No me atrevía a mirar hacia el cielo.  Eso me
                           producía un sufrimiento tan grande que cuando estaba en la capilla para los ejercicios              
                           espirituales comunitarios, terminados aquellos, la Madre Superiora [62] me llamaba y
me decía: Pida, hermana, a Dios, gracia y consolación, porque yo misma veo y (28)
me lo dicen otras hermanas, que al sólo verla, hermana, usted suscita compasión.  De
verdad, no sé qué hacer con usted.  Le ordeno no afligirse por nada.  Sin embargo, todos esos coloquios con la Madre Superiora no me dieron alivio, ni me aclararon nada.  Una oscuridad aún más densa me ocultaba a Dios.  Busqué ayuda en el confesionario, pero tampoco allí la encontré.  Un sacerdote virtuoso quiso ayudarme, pero yo estaba tan preocupada que ni siquiera supe explicar mis tormentos y eso me causó sufrimientos aún mayores.  Una tristeza mortal se apoderó  de mi alma hasta tal punto que no lograba ocultarla y se manifestaba también exteriormente.  Perdí la esperanza.  La noche cada vez más oscura.  El sacerdote con quien me confesaba me dijo:  Yo veo en usted, hermana, unas gracias particulares y estoy completamente tranquilo por usted.  ¿Por qué, pues, se atormenta tanto?  Pero, en aquel entonces, yo no lo entendía, pues me extrañaba enormemente cuando por penitencia me hacia rezar el Te Deum o el Magnificat, o a veces, al atardecer, debía correr rápidamente por el jardín o reírme ruidosamente diez veces al día.  Esas penitencias me asombraban mucho, pero a pesar de ellas ese sacerdote no me ayudó mucho.  El Señor quería, quizá, que yo lo alabase con el sufrimiento.  El sacerdote me consolaba [diciendo] que encontrándome en ese estado agradaba más a Dios que si estuviera inundada de las más grandes consolaciones.  Qué gracia tan grande de Dios, hermana, que usted en el actual estado de tormentos espirituales en que se encuentra, no ofenda a Dios, sino que trata de ejercitarse en las virtudes.  Yo observo su alma, veo en ella grandes planes de Dios y gracias especiales, y viendo esto en usted, hermana, doy gracias al Señor.  Sin embargo y a pesar de todo mi alma se encontraba en suplicios y tormentos inexpresables.  Imitaba al ciego que se fía de su guía y agarra con fuerza su mano y ni por un momento me alejaba de la obediencia que era mi tabla de salvación en la prueba de fuego.

69  (29) + Jesús, Verdad Eterna, fortalece mis fuerzas débiles.  Tú, oh Señor, lo puedes todo.  Se que sin Ti mis esfuerzos no valen nada.  Oh Jesús, no Te ocultes ante mí, porque no puedo vivir sin Ti.  Escucha el llamado de mi alma; no se ha agotado, Señor, Tu misericordia pues ten piedad de mi miseria.  Tu misericordia supera la inteligencia de los ángeles y de los hombres juntos, y aunque me parece que no me escuchas, no obstante he depositado mi confianza en el mar de Tu misericordia y sé que mi esperanza no será defraudada.

70   Solo Jesús sabe cuán pesado y difícil es cumplir con sus deberes cuando el alma se encuentra en ese estado de tormentos interiores, las fuerzas físicas están debilitadas y la mente ofuscada.  En el silencio de mi corazón me repetía:  Oh Cristo, para Ti las delicias y el honor y la gloria, y para mi el sufrimiento.  No retrasare ni un solo paso para seguirte, aunque las espinas hieran mis pies.

71   Cuando me enviaron para un tratamiento a la casa de Plock, tuve la suerte de adornar con flores la capilla.  Eso fue en Biala [63].  La Hermana Tecla no siempre tenía tiempo, pues a menudo yo sola adornaba la capilla.  Un DIA recogí las más bellas rosas para adornar la habitación de cierta persona.  Al acercarme al pórtico, vi. al Señor Jesús que estaba de pie en ese pórtico y me preguntó amablemente:  Hija Mía, ¿a quien llevas estas flores?  Mi silencio fue la respuesta al Señor, porque en aquel momento me di cuenta de que tenía un sutil apego a esa persona de lo que antes no me daba cuenta.  Jesús desapareció en seguida.  En el mismo instante tiré las flores al suelo y fui delante del Santísimo sacramento con el corazón lleno de agradecimiento por la gracia de haberme conocido a mi misma.

Oh Sol Divino, en Tus rayos el alma ve aun los mas pequeños granitos de polvo que no Te agradan.

72  (30) Jesús, Verdad Eterna, Vida nuestra, Te suplico e imploro Tu misericordia para los pobres pecadores.  Oh Sacratísimo Corazón, Fuente de Misericordia de donde brotan rayos de gracias inconcebibles sobre toda la raza humana.  Te pido luz para los pobres pecadores.  Oh Jesús, recuerda Tu amarga Pasión y no permitas que se pierdan almas redimidas con tan Preciosa, Santísima Sangre Tuya.  Oh Jesús, cuando considero el alto precio de Tu Sangre, me regocijo en su inmensidad porque una sola gota habría bastado para salvar a todos los pecadores.  Aunque el pecado es un abismo de maldad e ingratitud, el precio pagado por nosotros jamás podrá ser igualado.  Por lo tanto, haz que cada alma confié en la Pasión del Señor y que ponga su esperanza en su misericordia.  Dios no le negara su misericordia a nadie.  El cielo y la tierra podrán cambiar, pero jamás se agotara la misericordia de Dios.  ¡Oh, que alegría arde en mi corazón, cuando contemplo Tu bondad inconcebible, oh Jesús mío!  Deseo traer a todos los pecadores a Tus pies para que glorifiquen Tu misericordia por los siglos de los siglos.

33  Oh mi Jesús, a pesar de la noche oscura en torno mío y de las nubes sombrías que
me cubren el horizonte, se que el sol no se apaga.  Oh Señor, aunque no Te puedo comprender ni entiendo Tu actuación, confió, sin embargo en Tu misericordia.  Si es Tu voluntad, Señor, que yo viva siempre en tal oscuridad, seas bendito.  Te pido una sola cosa, no dejes que Te ofenda de ningún modo.  Oh Jesús mío, solo Tú conoces las añoranzas y los sufrimientos de mi corazón.  Me alegro de poder sufrir aunque sea un poco por Ti.  Cuando siento que el sufrimiento supera mis fuerzas, entonces me refugio en el Señor en el Santísimo Sacramento y un profundo silencio es mi oración al Señor.

(31) Confesión de una de nuestras alumnas.

74  Desde el momento cuando una fuerza misteriosa empezó a apremiarme a que solicitara aquella Fiesta y a que fuera pintada la imagen, no puedo lograr la paz.  Algo me satura por completo y, sin embargo, me invade el temor de si solo es una ilusión.  Estas dudas siempre venían de fuera, porque en el fondo de mi alma sentía que era el Señor quien traspasaba mi alma.  El confesor con quien me confesaba entonces me decía que existían casos de ilusiones, y yo sentía que aquel confesor parecía tener miedo de confesarme.  Era para mí un tormento.  Al haberme dado cuenta de que tenía poco apoyo por parte de los hombres, me refugie aun más en el Señor Jesús, en el mejor Maestro.  En algún momento, cuando me invadió la duda de si la voz que oía era del Señor, me dirigí a Jesús en un coloquio interior, sin pronunciar una palabra.  De repente alguna fuerza penetro mi alma, dije:  Si Tu eres verdaderamente mi Dios que estas en comunión conmigo y me hablas, Te pido, Señor, que esa alumna [64] se confiese hoy mismo y esa señal me fortalecerá.  En ese mismo instante aquella muchacha pidió la confesión.

75   La Madre de la clase, sorprendida de su cambio repentino, no tardó en buscar a un sacerdote y esa persona se confeso muy arrepentida.  De inmediato oí en mi alma la siguiente voz:  ¿Me crees ahora?  Otra vez una fuerza extraña llenó mi alma, me reforzó y me fortaleció hasta tal punto que yo misma me asombré de haber podido dudar por un momento.  Sin embargo estas dudas siempre venían de fuera y eso me llevó a encerrarme aun más en mi misma.  Al sentir durante la confesión la incertidumbre del confesor, no descubro mi alma a fondo sino que solamente me acuso de mis pecados.  Si el sacerdote mismo no tiene serenidad, no la da a otras almas.

Oh sacerdotes, cirios encendidos que alumbran las almas, que su claridad no oscurezca jamás.  Comprendí que no era la voluntad de Dios que descubriera entonces el fondo de mi alma.  Dios me concedió esta gracia mas tarde.

76   (32) Jesús mió, guía mi mente, toma posesión absoluta de todo mi ser, enciérrame en el fondo de Tu Corazón y protégeme del asalto del enemigo.  En Ti toda mi esperanza.  Habla a través de mi boca cuando yo, miseria absoluta, este con los poderosos y los sabios para que reconozcan que esta causa es Tuya y de Ti proviene.


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